Cómo Gastón Pauls Transformó su Infierno en un Propósito de Vida
Muchos lo recuerdan por su icónico papel en «Nueve Reinas» o por su crudo periodismo en «Ser Urbano». Gastón Pauls fue la cara de una generación en el cine y la televisión argentina. Sin embargo, mientras su carrera alcanzaba picos de éxito, él vivía una vida paralela marcada por la soledad y el consumo problemático, una batalla que duró dos décadas. En una reciente y profunda entrevista, Pauls desvela cómo un vacío existencial infantil lo llevó a la oscuridad y cómo, tras tocar el fondo más profundo, encontró un «don» en la desesperación que redefinió su vida por completo.
El Origen del Vacío: Las Preguntas que Nadie Quería Escuchar La historia de Gastón Pauls no comienza con su primer consumo, sino mucho antes, en una infancia marcada por la soledad, la inseguridad y una profunda incertidumbre. Desde los ocho años, se hacía preguntas filosóficas y existenciales sobre la libertad, la sexualidad o el sistema, que chocaban con el mundo adulto. «¿Qué hago con esto? ¿A dónde voy con esto?», se preguntaba en un diálogo interno que no sabía cómo exteriorizar. La respuesta del sistema educativo y social era clara: «No te hagas preguntas».
Esta sensación de no encajar y una baja autoestima lo llevaron a buscar una forma de bloquear ese ruido mental. La primera vez fue a los 13 años, en una reunión familiar, bebiendo los restos de los vasos por curiosidad, queriendo sentir la seguridad que veía en los adultos. A los 17, llegó la cocaína. La primera dosis fue un «regalo» que le prometió poder, extroversión y el bloqueo instantáneo de cualquier duda. Sin embargo, el precio a pagar no sería con dinero, «sino con sangre, con tiempo, con dolor, con ausencias».
La Paradoja del Éxito: Brillar en la Oscuridad Paradójicamente, el período más oscuro de su adicción coincidió con el momento más explosivo de su carrera. Pauls confiesa que hubo días en los que fue a grabar «Nueve Reinas» sin haber dormido, después de consumir. Lo mismo ocurrió durante «Ser Urbano», un programa que lo exponía al dolor más profundo de la sociedad: morgues, hospitales oncológicos y barrios marginales.
Esta exposición constante al sufrimiento ajeno lo golpeaba y lo llevaba a consumir para «silenciar» lo que veía. Incluso tuvo una conversación premonitoria con el periodista Juan Castro, quien le propuso «juntarnos para ver cómo hacemos para vivir con lo que vemos», poco antes de su trágica muerte. Pauls se sentía perdido, pero creía que en esa búsqueda en la oscuridad podría encontrarse a sí mismo.
Tocar Fondo: El 29 de Diciembre de 2007 El punto de inflexión llegó tras cinco noches sin dormir, en un espiral de consumo que culminó el 29 de diciembre de 2007. Encerrado en una habitación a oscuras, que él mismo describe como su «guarida y propio cajón», comenzó a ver sombras y oír voces. Desesperado, salió de su casa creyendo que iba a un cine que no existía, una alucinación producto de su estado. En ese momento, sintiendo que iba a morir, una voz interna le dijo: «Volvé a casa».
Ese regreso fue el inicio de su recuperación. Al llegar, se encontró con la reacción inesperada de su entonces pareja, Agustina Cherri. Ella no le gritó ni lo confrontó; simplemente tomó un libro y se puso a leer, ignorándolo. Fue ese silencio el que lo quebró. Sintió que la estaba perdiendo y finalmente pudo pronunciar las palabras que lo cambiarían todo: «Estoy enfermo y necesito ayuda». Este momento es lo que él define como el «don de la desesperación»: cuando la pérdida total del control se convierte en la única puerta de salida.
Una Nueva Misión: De Sobreviviente a Mensajero La recuperación fue un proceso de aprender a confiar en otros y aceptar que no podía solo. El aplauso más sanador de su vida no fue por una actuación, sino al entrar por primera vez a un grupo de ayuda, donde entendió que ya no estaba solo.
Hoy, Gastón Pauls ha transformado su dolor en una misión. A través de su fundación «La Casa de la Cultura de la Calle», se dedica a la prevención y a la educación emocional, algo que considera fundamental para que los jóvenes aprendan a gestionar su tristeza, ira o ansiedad y no necesiten «metérselo para adentro». Diariamente recibe cientos de mensajes en sus redes sociales; algunos son gritos de auxilio de personas al borde del suicidio, y otros son mensajes de agradecimiento de quienes llevan meses o años limpios. «Es pesado, es tristísimo, pero no quiero dejar de hacerlo», afirma, porque sabe que su historia puede ser la luz que otros necesitan.
Su enfoque ahora es contar las historias de quienes sí pudieron salir, para demostrar que la transformación es posible y que, como le enseñó el amor por sus hijos, siempre hay un plan divino mucho más hermoso que el que uno traza en medio de la oscuridad.
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