La Medicalización de la Infancia en Uruguay: Cuando la Píldora Sustituye a las Políticas Sociales
Investigaciones lideradas por la profesora de Farmacología y pediatra Noelia Speranza, junto a distintas unidades académicas de Medicina (Udelar) y Unicef, han puesto el foco en un fenómeno preocupante en Uruguay: la medicalización de los problemas sociales de niños y adolescentes. El estudio advierte que, ante la «ausencia de políticas institucionales efectivas», la salud mental se reduce a un paradigma en el que «todo parece acabar en un fármaco».
El Caso de Fondo: La Carencia Social.
Los investigadores ilustran la situación con casos reales, como el de un menor que es medicado con drogas para aumentar la serotonina debido a la tristeza, angustia o apatía. Sin embargo, esta medicación no resuelve los problemas subyacentes, como la falta de una comida equilibrada, dormir entrecortado por la inseguridad, o la exposición a la violencia intrafamiliar.
Expertos como Speranza insisten en que los problemas de inclusión social «no los solucionás con una pastilla». Para el grupo de investigación, las soluciones son más de tipo social e involucran el verdadero rol del Estado, la familia o el barrio. La trabajadora social Silvia Méndez, otra de las investigadoras, detalló que las prácticas actuales se centran en el esfuerzo individual debido a la falta de políticas institucionales que habiliten tiempos, recursos y reconocimiento de la especificidad de la tarea. Esta falta de soporte hace que los discursos conscientes de la complejidad se replieguen ante la dominante «impronta medicalizadora».
Consumo Dispar y Aumento Post-Pandemia.
Un estudio interdisciplinario midió el consumo de antipsicóticos en menores de edad en Montevideo, evidenciando que el uso de estos medicamentos —que en teoría se prescriben para esquizofrenia o trastorno bipolar, pero se indican en la práctica para problemas de conducta— creció tras la emergencia sanitaria y continúa al alza.
Las disparidades sociales son notorias: el recurso medicamentoso como solución se hace más evidente en la población más vulnerable y con menos acceso a otras terapias. Los datos mostraron que en los varones adolescentes que se atienden en el sector público, la dosis diaria definida de antipsicóticos casi triplica a la de varones de la misma edad en mutualistas privadas.
Otros hallazgos relevantes incluyen:
• En todos los sectores, los adolescentes mayores de 15 años son los más propensos a recibir tratamiento con antipsicóticos, siendo los varones más que las mujeres.
• Los tres antipsicóticos más utilizados son risperidona, aripiprazol y quetiapina.
• Estos fármacos no son inocuos; sus prospectos señalan efectos adversos como insomnio/somnolencia, sequedad de boca o exceso de saliva, y aumento de peso. Además, la hipermedicalización conlleva riesgos de dependencia y cambios metabólicos (como el riesgo de diabetes).
• La medicalización se convierte en una «casi única terapia» y una «escapatoria a los problemas de fondo».
Un Llamado a la Atención
Aunque la tasa de consultas a profesionales de salud mental ya venía en aumento antes de la pandemia, hubo un descenso en 2020 con el «quédate en casa», seguido de un incremento a niveles todavía más altos que en la pre-pandemia. Los investigadores señalan que sus hallazgos no buscan ser una «cruzada con el lobby de los laboratorios,» sino un llamado de atención a cómo la sociedad y los profesionales de la salud abordan la complejidad de los problemas.
Los resultados de estos trabajos, que integraron el aporte de bioética, pediatría, farmacología y medicina preventiva, serán expuestos este próximo viernes en la feria científica de la Facultad de Medicina de la Universidad de la República.